Esa mañana el pueblo bullía con la algarabía propia del día de mercado, era uno de los pocos días en que los campesinos y los nobles se veían frente a frente sin tanto aspaviento. De manera menos visible pasaba también con los cazadores y los portadores de magia.
Ameth, gran maestro cazador se sentó en la mesa donde tranquilamente Alarune y Sepher comían; Este último pidió a la niña que buscara al gato
y revisara la carga de provisiones por si faltaba algo.
-Creí haberte pedido que no te presentes de esta manera
frente a ella- dijo el maestro mientras servía otra cerveza y se la ofrecía al
cazador.
-Sepher, gran maestro de alta magia, señor de los olmos,
entrenador de siete vuelos, protector de la probabilidad…- Sepher frunció el
ceño – Bien sabes que algún día la cazaré, está escrito. No entiendo porque le
enseñas, es tiempo perdido, conoces su destino- dijo acariciando su daga.
Sepher miró al cazador, en sus ojos veía claramente la profecía
“…la pluma negra deberá morir antes de que sus alas se desplieguen, si el orden
preservarse se quiere…”. Él sabía que los textos que contenían dicha profecía estaban
incompletos, pero a nadie importaba eso, solo querían matar a quien portara el
poder del vuelo negro. Exterminarlos.
Alarune terminaba de asegurar las provisiones cuando percibió
que alguien la miraba, algo que no era nuevo, pero lo que le intrigaba era que
la mirada no tenia temor u odio. Solo una inmensa curiosidad. Duncan, uno de los
cuatro aprendices de Ameth, estaba como hechizado con la presencia de la pluma
y ella se sentía atraída por la pureza de la mirada del asesino. Se acercaron y
cuando estaban a punto de tocarse cada uno oyó el llamado de su señor, se
separaron rápidamente pero no se olvidaron. No solo el rostro del otro quedó grabado
en la memoria y corazón de cada uno, sino el sentimiento que más tarde
descubrieron: amor.